De aquí a febrero tiene que salir un secretario
general que agarre el timón de esta nave que se va a pique y la tarea se antoja
harto complicada. Caben dos opciones: o bien una catarsis que renueve los
mandos por completo; o bien una “bunkerización” de los mismos. Ante esta
dualidad que se plantea en el seno del Partido sólo existe incertidumbre.
Incertidumbre porque la debacle socialista ha afectado incluso a jóvenes
alternativas como podría ser Carme Chacón. Independientemente de quien sea el
próximo candidato socialista, éste se adherirá a ese “cambio” que tanto ha
pregonado el PP en campaña. A un cambio de proyecto, eso sí. Si ya quedo
patente que la estrategia del PSOE con Rubalcaba consistió en desligarse de la
legislatura de Zapatero, ahora más que nunca. Con el país en ascuas a la espera
de las medidas que tomará Rajoy, sus decisiones previsiblemente impopulares le
darán pie al Partido Socialista para comenzar su oposición. Una oposición
marcadamente de izquierdas y si no,
tiempo al tiempo.
Buena parte del apoyo popular que tenga el PSOE en
el futuro, cualquiera que sea el candidato, dependerá de la gestión que realice
el PP en esta legislatura. La pelota está en su tejado, está claro. No hay
visos de un final cercano para la crisis y la clase media va a tener que
apretarse el cinturón. Si a esto le sumamos una o dos huelgas generales y la capacidad
que siempre ha tenido el Partido Socialista de hacer una buena oposición, la
situación todavía es salvable de aquí a cuatro años. En la política, igual que
en el fútbol, no hay memoria. Ésta es seguramente la mejor baza que podrá jugar
el PSOE en el futuro, puesto que todo lo que va a criticar en el plano
económico serán medidas que, o bien ya tomó durante su legislatura, o bien
habría tomado en la siguiente para salir de la crisis. Algunos podrán definir
esto como hipocresía, yo lo llamo política.